José, un robot autista, 2007
Iglesias, Ricardo
Acción robótica
El simple hecho de que la palabra “robot” originalmente derive de la palabra “sirviente” en idioma checo nos muestra hasta qué punto la idea de que éstos fueron creados para servir al hombre está fuertemente instalada en el imaginario popular. Recordemos las doncellas de oro de las que hablaba Homero, o los ayudantes mecanizados construidos por Hefesto, el dios de la Metalurgia en la antigua Grecia, o los relatos de los primeros autómatas ya durante la dinastía Han en la antigua China. Relatos míticos, fantasiosos o hechos verídicos que a lo largo de la Historia muestran cómo, de la misma manera en que el desarrollo de robots ha perseguido ese ideal de sirviente antropomórfico automatizado, también nuestro imaginario alberga profundos temores en los que la máquina se rebela frente al hombre y se despoja de su esclavitud.
Si bien la cibernética sentaba las bases para una ciencia del control de las máquinas progresivamente fue transformándose en un complejo diálogo con las mismas debido a la necesidad de crear estructuras epistemológicamente adaptativas al entorno para conseguir una mayor funcionalidad. Pasamos del control al diálogo con las máquinas y hoy convivimos a diario con pequeños robots de todo tipo, que están a nuestro servicio integrados en nuestro entorno y que nos relevan de esas ingratas tareas que no estamos dispuestos a llevar a cabo nosotros mismos.
¿Pero qué sucede cuando se pierde la comunicación con los robots con los que convivimos? ¿Qué sucede cuando un robot no responde debidamente a los estímulos externos? ¿Qué estatuto ontológico adquiere ese robot liberado de su funcionalidad dependiente de los humanos? Para explorar todo ello Ricardo Iglesias crea a José, un robot autista con aversión social y ausencia de comunicación con el entorno. Por ello José no responde de forma normal a los estímulos externos, más bien muestra sus temores frente al contacto o cualquier tipo de interacción con humanos que perturben su mundo interior, tal como sucede en los comportamientos autistas.
José, equipado con su microcontrolador Arduino, sus sensores, que le permiten percibir el entorno, y sus actuadores, que le posibilitan moverse por el espacio, adquiere una inusitada presencia mientras se muestra ausente rehuyendo toda interacción con su entorno activo. José transita en bucles solipsistas, entra en pánico cuando se percibe completamente rodeado, muestra su enojo frente a las caricias o despliega su inventario de reacciones adversas a la comunicación dándole la vuelta a la imagen del robot como máquina sumisa, obediente, controlable y desprovista de autonomía e independencia frente a los designios humanos. José adquiere así su nombre propio.