Intercambiar ideas es la fase previa a proponer alternativas
Álvaro Bermejo

Los estudiantes que tomaron al asalto el bulevar Saint-Germain, en aquel Mayo del ‘68, gritaban que surgieran las playas bajo los adoquines. Pero la primera gran ola tardó un año en llegar, y vino de Roma. En 1969 Aurelio Peccei sentó a la misma mesa a un grupo informal de pensadores, científicos, economistas, empresarios y altos funcionarios europeos que no pretendía constituirse como simple sociedad de debates, sino que aspiraba a influir y transformar la realidad modificando actitudes hasta entonces no cuestionadas. Había nacido el Club de Roma, tal vez el primer embrión de pensamiento en red con una ambición de globalidad paralela a su modernidad radical. No en vano su primer informe, Los límites del crecimiento, implicaba un desafío que sigue plenamente vigente cuarenta años después. La suya supuso la primera alerta planetaria ante la extrema gravedad de las amenazas que estaban destruyendo la biosfera. Y de ella se derivaron asimismo las primeras conexiones entre la naciente conciencia ecológica y las agendas políticas en un tiempo en que se desconocía la palabra “sostenibilidad”. De esta manera, junto con la invitación a construir una nueva economía y una nueva sociedad basadas en este concepto entonces revolucionario, el Club de Roma inauguraba una suerte de literatura prospectiva sobre el futuro de la vida en este planeta fundada en la conectividad.

De hecho, ese primer informe surgió de una conexión con el recién nacido Instituto Tecnológico de Massachusetts, al que siguieron los modelos de simulación dinámica de Jay Forrester, y una saga continuada de ensayos predictivos —los célebres World 1, 2 y 3—, donde lo esencial ya no eran tanto las conclusiones, sino el patrón de pensamiento en red puesto en marcha por aquellos utópicos en tiempos de crisis.

Cuarenta años después, el proyecto banquete_nodos y redes conecta plenamente con esta filosofía. Su epígrafe fundacional remite a una fiesta, a un gran “banquete” nada platónico. Sin embargo, su punto de partida se enraíza en el mismo “estado de malestar”.

Hemos entrado en el siglo XXI, pero las grandes preguntas formuladas por el Club de Roma siguen sobre la mesa. No hemos resuelto los conflictos y tensiones entre el mercado y el planeta, ni entre el entorno medioambiental y el cultural, menos aún la posición del hombre ante un ciclo de emergencias económicas, sociales e industriales y tecnocientíficas, que exigen nuevas formas de gestionar la diversidad.

La red no es un mero concepto operativo. Podemos acumular muchas redes complejas, repletas de información, y sin embargo estar manteniendo un diálogo autista dentro de una campana habitada por altos especialistas ajenos a cualquier imperativo humano. Actuando de esta manera revertimos la modernidad en una forma de barbarie civilizada y artillada de iconos que celebran tanto en la creciente homogeneización del mundo y las formas de vida, como en la elevación de la razón técnica y económica al rango de paradigma de todas las cosas. ¿Puede llamarse a ésto progreso? ¿Puede llamarse conocimiento? ¿Qué clase de mundo están creando quienes actúan a puerta cerrada bajo las grandes cúpulas macroeconómicas y tecnocientíficas?

Una de las llaves que abren esa puerta se llama software libre. Es un buen antídoto para moderar la deriva del conocimiento hacia su dimensión invisible. Pero hay unas cuantas más que se manejan a diario en esa casa sin puertas —y llena de ventanas— como es el proyecto banquete_nodos y redes. Interconectando artistas y científicos, pensadores y altermundistas, tecnólogos y artesanos del relato, este proceso abierto nos recuerda que la ciudadanía plena en el mundo de hoy se adquiere cuando uno tiene el derecho, no sólo de acceder a los legados culturales acumulados, sino también cuando está en condiciones de incidir y modelar la cultura del contexto en el que habita.

El progreso del conocimiento consiste precisamente en ésto. No en reducirlo a un negociado de sabios puntuales que saben cada vez más sobre cada vez menos —hasta acabar sabiéndolo todo sobre nada—, sino en el reto de encontrar una “metáfora poliédrica” que refleje todas las caras de la complejidad, y llegue a abarcarlas, pese a ser mucho más simple que cada una de ellas mismas.

Esa metáfora activa e interactiva siempre en busca de sí misma, ese cruce constante de vectores y terabytes entre artes, ciencias y cien otros campos del saber y la experimentación, hasta hoy considerados distantes y aún incompatibles, sí, tal vez sea un poco de todo eso lo que mejor define el perímetro y la hoja de ruta de banquete_nodos y redes. Ya en su tercera edición, el concepto de red vuelve a imponerse como la gran metáfora poliédrica que define, por sí misma, la continuidad de ese proyecto global que pusieron en pie los situacionistas del Club de Roma.

Sin duda, tal y como lo fue la ciudad en el Renacimiento, hoy la red constituye el espacio genuino en el que se expresa la diversidad creativa y deliberativa. Aquél donde la perspectiva de encuentro de todo aquello que es diferente hace posible el avance del conocimiento y la reflexión colectiva.

Ahora bien, lo esencial de una red no es sólo su extensión. Importa mucho su “estado de tensión”. Y éste, conviene no olvidarlo, debiera ser ese “imperativo humano” al que acabamos de aludir. En este tiempo de preeminencia económica y tecnológica, tal vez ha llegado el tiempo de pensar desde el hombre-nodo y para el hombre en red, desde el hombre y para el hombre en suma, en contraposición a la razón que primaba la innovación por la innovación, y la razón práctica sobre cualquier cuestionamiento de sus objetivos.

Está claro que el siglo XXI debe lo esencial de su identidad a las nuevas tecnologías. Hasta en el viejo mundo del libro se imponen las novelas cibernéticas, las librerías y bibliotecas virtuales, los autores online y los soportes electrónicos de lectura. Ya nadie duda de que el ciberespacio y las tecnologías emergentes estén acelerando la transformación hacia una nueva era cultural. No obstante, si carece de una reflexión sobre su sentido, la esencia estructural de las comunidades culturales online puede ser muy parecida a la de cualquier poblado de “yanomamis” perdido en una amazónica Edad de Piedra. En ambas permanece latente una idea de poder que sólo denota signos de evolución cuando reflexiona sobre sí misma, integra el conocimiento en el procomún, y lo socializa verdaderamente.

banquete_nodos y redes contribuye a dar visibilidad a esa nueva generación de científicos y tecnólogos “wikis”, que trascienden la dimensión hermética de la ciencia, conscientes de que el diálogo en red, el cruce de relatos y experiencias, implica una forma poderosa de enriquecimiento social, y humano, donde se dirime la verdadera medida de la nueva cultura.

El gran debate, hoy, retoma la vieja pregunta sobre los límites del crecimiento y exige respuestas que trasciendan el imperio del mercado en todos los órdenes. No sólo en el artístico y el tecnocientífico, sino también en el más perverso, como es el del propio “marketing de la red”.

Intercambiar ideas es la fase previa a proponer alternativas para abordar de una manera conjunta, abierta y no dogmática —es decir, creativa— éste y todos los apasionantes retos del mundo contemporáneo.

San Sebastián – 25 de Mayo de 2008

 

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