Energía, evolución y comunicación

  • Dorion Sagan

La ciencia, nos guste o no, nos ha degradado de ángeles a primates. Nos ha hecho ver que estamos compuestos del mismo material atómico que se encuentra disperso por el hidrógeno impuro del cosmos. Este despertar a nuestra vulgaridad –pese a que la tendencia natural de cada uno de nosotros es a vernos como el centro del universo– comenzó ya con Copérnico, quien creía que el sol era el centro. Sin embargo, después de Einstein, hoy podemos considerar, desde un punto de vista relativista que no da cabida a ningún tipo de marco de referencia privilegiado, que, después de todo, tenemos razones para vernos a nosotros mismos como el centro.

Nuestra tendencia natural a considerarnos especiales puede explicarse mediante una ciencia “copernicana” que nos vincula profundamente –al igual que hicieron antes la Astrofísica y las Ciencias evolutivas– al cosmos del que procedemos; esa ciencia copernicana es la Termodinámica. Cada uno de nosotros es un centro energético, que asimila oxígeno y alimentos ricos en energía imprescindibles para el funcionamiento de nuestro organismo, y necesariamente expele gases, líquidos y sólidos residuales ya desenergizados. Los seres humanos nos mantenemos en términos metabólicos a la distancia del equilibrio necesaria para seguir existiendo y reproduciéndonos, o al menos podemos decir que nuestros metabolismos son sistemas termodinámicos productores de residuos, de acuerdo con el famoso segundo principio de la Termodinámica. La evolución es en sí misma un fenómeno termodinámico, que se basa en la piedra angular de la máxima eficacia de los sistemas complejos en relación con la materia gastada en el ciclo y produce entropía allí donde se efectúa el flujo de energía. Pero el lenguaje es tan físico como un pedazo de corteza o de cuero, un trozo de grafito o un chorrito de tinta de calamar, o como la electricidad con la que funciona un portátil. Nuestros mensajes nos unen físicamente y, en última instancia, fisiológicamente. Los primeros signos pueden haber sido unos compuestos detectables asociados con determinados alimentos, atraídos por los cuales los organismos acudían con seguridad a las fuentes de los recursos que les eran imprescindibles. Por ejemplo, el sol es un signo prehumano de la futura calidez, el placer y la supervivencia. En nuestros días utilizamos palabras abstractas que tienen consecuencias reales en la recreación del mundo.

Dorion Sagan